La fortaleza estaba lista. Las mesas repletas de manjares, los candelabros encendidos iluminando cada rincón, y los guardias apostados en torres y pasillos. Todo parecía perfecto… demasiado perfecto.
Serena observaba desde el balcón principal junto a Dante y Mikhail. Sus ojos verdes reflejaban las luces de las antorchas que danzaban con el viento. Algo en el aire le pesaba, como si las paredes mismas quisieran advertirle de un peligro cercano.
—Hoy marcará un antes y un después —dijo Mikhail, con esa calma fría que lo caracterizaba—. Pero debemos estar preparados. La sangre siempre busca camino.
No pasó mucho tiempo antes de que el rugido de los motores retumbara en el patio de la fortaleza. Coches blindados, motos y caravanas comenzaron a llegar. Cada delegación traía consigo escoltas, cajas de regalos y un aire de sospecha.
Los Yakuza descendieron primero, vestidos de negro, con sus tatuajes asomando bajo las mangas. Luego, los rusos con sus abrigos pesados y miradas de hielo. Los c