El aire se quedó atrapado en sus pulmones por un momento. La furia, una oleada de calor incontrolable, amenazaba con consumirlo. Nadie le hablaba así, mucho menos una mujer que había encontrado moribundo en el suelo. Los hombres se arrodillaban, le rogaban y temían su mirada. Esta chica, en cambio, con sus ojos de jade tan intensos como las esmeraldas más puras, le ofrecía una elección, como si su vida fuera una mercancía que él podía comprar o dejar. La rabia ardió en su pecho, una ira fría que amenazaba con consumirlo. ¿Quién se creía que era para hablarle con ese descaro? Su orgullo, su autoridad, todo su mundo se había construido sobre el poder y el respeto ciego de los demás. Y ahora, una extraña lo estaba desafiando, lo estaba humillando. Quiso gritar, agarrarla por el cuello y recordarle quién era él, pero el dolor era una mordaza en su garganta, una cadena que lo mantenía prisionero.Pero la rabia dio paso a algo más. La curiosidad, la sorpresa y, lo más peligroso de todo, una
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