El eco de la reunión aún flotaba en las paredes de la sala de consejo. Apenas habían terminado de brindar cuando la maquinaria de la fortaleza empezó a moverse como un reloj perfectamente engrasado. Mikhail, Dante y Serena no perdieron tiempo: el primer movimiento debía llegar a cada rincón de Italia y más allá.
En una mesa larga, artesanos traídos especialmente desde Florencia trabajaban sobre finos sobres de papel marfil. Cada invitación llevaba el escudo de La Roja grabado en relieve y era sellada con cera roja, fundida lentamente y marcada con un anillo antiguo que pertenecía a Alexander. Serena lo había encontrado en una de las cajas de su padre y decidió que era el detalle perfecto: la sangre de su linaje estampando cada mensaje.
El texto era breve, pero contundente:
"La Roja les da la bienvenida a una nueva era en Italia.
Se les invita a la fortaleza para una recepción privada.
Presencia obligatoria para quienes buscan un lugar en lo que vendrá."
Las invitaciones no viajaban so