LA MARCA DEL PASADO.
El frío de Moscú era cortante, un aire gélido que calaba los huesos y hacía crujir la nieve bajo cada paso. Iván descendió del automóvil que lo había traído hasta las afueras de la ciudad. Frente a él se extendía un complejo industrial abandonado, con muros de ladrillo ennegrecido y torres oxidadas. Pero sabía que aquello no estaba vacío.
La dirección exacta la había encontrado grabada en un pequeño papel que descansaba junto a la placa metálica. La misma que ahora colgaba de su mano derecha, brillando bajo la luz tenue. En la otra llevaba la caja roja, su contenido más valioso que cualquier cargamento que hubiera protegido en su vida.
Avanzó con paso firme, aunque sabía que lo observaban. Lo sintió en la nuca, en el silencio pesado. Y no tardó en confirmarlo: dos hombres armados aparecieron desde las sombras, fusiles automáticos apuntándole directamente al pecho.
—Что ты здесь делаешь? (¿Qué haces aquí?) —espetó uno de ellos en ruso.
Iván apretó los dientes. No entendía el idioma, pe