En la fortaleza, las pantallas de control se iluminaban con luces rojas y verdes, cada una representando un destino, un envío, una respuesta. Los hombres contratados por Dante ya habían regresado de los primeros viajes: las cajas estaban siendo entregadas.
En Sicilia, Salvatore recibió la suya durante una reunión con socios. La caja negra, impecable, descansaba sobre la mesa de caoba. Con gesto arrogante, rompió el sello y observó el contenido: el champagne, el teléfono, el brazalete metálico.
—Una unión de familias… —murmuró con sorna.
No tardó en ajustar el brazalete en su muñeca. El cierre metálico resonó con un “clic” firme, y en la fortaleza, una pantalla parpadeó en verde. Confirmación automática: asistiría.
En Roma, Corrado encendió un cigarro mientras estudiaba la invitación. La leyó en silencio, con el humo envolviendo sus facciones tensas. Luego se ajustó el brazalete con calma, exhalando un suspiro que mezclaba curiosidad y cinismo.
En la sala de control, otra pantalla se i