La mañana amaneció clara sobre la fortaleza. El aire traía consigo un aroma a humedad y piedra, pero también a expectativas. Tras la boda y el banquete, nadie esperaba que los recién casados se movieran tan pronto en el tablero del poder, y sin embargo, en la sala de consejo de la fortaleza, Serena, Dante y Mikhail ya estaban reunidos.
Un gran mapa de Italia, desplegado sobre la mesa central, estaba cubierto de marcas y anotaciones. Serguei permanecía de pie en la esquina, vigilante como siempre, mientras Anastasia y Ekaterina observaban desde un lateral, sabiendo que lo que se decidiría allí marcaría el inicio de una nueva era.
—Es ahora o nunca —dijo Mikhail, con el ceño fruncido mientras señalaba con el dedo el norte de Italia—. La boda ha hecho ruido. Todas las organizaciones están pendientes de nosotros. Algunas ya enviaron regalos, otras pedirán reuniones. Pero si solo reaccionamos a sus movimientos, perderemos la ventaja.
Dante asintió, con los ojos verdes de Serena clavados en