En Calabria, el aire de la costa olía a sal y pólvora. Dentro de la villa fortificada donde operaba Corrado Balestra, jefe actual de la ’Ndrangheta, reinaba un silencio tenso. Las paredes estaban adornadas con símbolos de poder: fotografías con políticos, armas antiguas y reliquias familiares. Corrado, un hombre de cabello canoso y mirada acerada, caminaba de un lado a otro, incapaz de sentarse.
Serena.
Su sobrina maldita.
La hija de Alessandro, a quien él mismo había mandado asesinar.
Había pasado años seguro de haber sellado aquel destino: Serena encerrada, quebrada, anulada. Pero su fuga había sido un golpe directo a su orgullo. Desde entonces, ningún informante, ningún contacto, había logrado ubicarla. Para un hombre como Corrado, que dominaba cada rincón de Calabria y extendía sus tentáculos hasta Suiza y América del Sur, la idea de que una sola mujer pudiera escaparle era inadmisible.
Golpeó la mesa con el puño, y los vasos de cristal vibraron con un eco violento.
—Maledizione!