El sol de la mañana apenas había terminado de iluminar los muros de la fortaleza cuando las puertas del gran salón se abrieron. Allí, donde la noche anterior se había celebrado el banquete de bodas, las mesas ahora estaban despejadas y el aire impregnado de un nuevo propósito: estrategia.
Mikhail Volkhov, con su porte imponente y la serenidad de un hombre acostumbrado a mandar, ocupó la cabecera de la mesa. A su lado estaba Anastasia, su esposa, con una mano sobre el vientre, observando cada gesto de los presentes como si ya supiera qué riesgos tendría que enfrentar la familia a la que estaba trayendo un nuevo heredero.
Serena y Dante entraron juntos. Ella llevaba un vestido sencillo, de seda oscura, y aún así su presencia dominó la sala. Dante, impecable en traje negro, caminaba a su lado con el rostro descubierto, sin ocultar lo que todos ya sabían: estaba vivo, había regresado, y lo hacía más fuerte que nunca.
A su alrededor, los miembros de La Roja se acomodaban en silencio. Serge