La noche había caído sobre la fortaleza como un manto espeso, cargado de electricidad contenida. El eco del último informe retumbaba todavía en las paredes del salón estratégico, y aunque cada uno de ellos intentaba guardar una calma profesional, el aire estaba tan tenso que podía partirse con un filo.
Dante caminaba de un lado al otro con pasos firmes, el ceño fruncido, revisando por décima vez los mapas desplegados sobre la mesa. Mikhail permanecía de pie, los brazos cruzados, endurecido como una estatua tallada en ónice. Sergey y Mikko repasaban la información obtenida del infiltrado capturado; aún faltaban piezas, pero el panorama empezaba a definirse.
Serena, envuelta en una manta ligera que Dante le había colocado sobre los hombros, permanecía sentada, respirando con calma. Aunque ya se había estabilizado físicamente después de la crisis anterior, él no se alejaba de ella ni un solo segundo.
La fortaleza entera vibraba con la sensación de lo inevitable: el choque directo con Lor