La caravana avanzaba como una serpiente de acero a través del bosque oscuro, devorando kilómetros sin detenerse. Los vehículos blindados estaban diseñados para guerra, no para intimidar, aunque esa noche lograban ambas cosas. Luces rojas parpadeaban en el interior, iluminando los rostros endurecidos de los hombres que sabían que al amanecer tal vez no volverían a abrir los ojos.
Dante iba en el primer blindado, escoltado por Sergey e Iván. En el segundo, Mikhail revisaba sus armas con movimientos automáticos. En el tercero, el equipo de contención. En el último, el personal técnico preparado para bloquear comunicaciones. El silencio era absoluto.
Serena observaba la caravana desde lo alto de la fortaleza. No había querido que la vieran bajar; se quedaría coordinando desde el centro táctico, conectada a cada monitor, a cada micrófono, a cada dron. Aunque Dante no quería incluirla esa noche, ella había sido clara: «Si no puedo ir, entonces los guiaré a todos desde aquí.»
Y así sería.
Un