La rabia, que había estado hirviendo a fuego lento en mi interior desde que vi esas fotos, finalmente estalló. No podía quedarme un segundo más en el taller, fingiendo que todo estaba bien, con la imagen de Leonardo y esa mujer grabada a fuego en mi retina. Mi cuerpo entero vibraba con una mezcla de furia y una determinación helada.
No voy a permitir esto. No. No me va a humillar así.
Me quité los guantes de trabajo de un tirón, ignorando el saludo de José. Mis pasos resonaban con una fuerza inusual en el pasillo de la mansión, cada zancada alimentada por la traición. Mi destino era claro: la oficina de Don Rafael. Él había orquestado este matrimonio, él era el responsable de esta farsa, y él sería el primero en saber que todo había terminado.
Justo cuando doblaba la esquina que llevaba a la zona de las oficinas, lo vi. Leonardo. Estaba saliendo de la oficina de su padre, con esa sonrisa de suficiencia que ahora me resultaba nauseabunda. Llevaba el cabello ligeramente revuelto, como s