Me di la vuelta y me dirigí a la cafetería de la empresa, sintiendo las miradas de los empleados clavadas en mi espalda. Seguramente ya habían escuchado los rumores, ya sabían de mi nueva y patética posición.
Al llegar a la cafetería, me acerqué a la máquina de café, una máquina moderna y complicada que nunca antes había tenido que usar. Siempre había habido alguien para prepararme el café, para servirme el desayuno, para atender cada uno de mis caprichos. Pero ahora… ahora estaba solo, frente a un aparato que parecía desafiar mi inteligencia.
Presioné botones al azar, intentando descifrar el funcionamiento de la máquina. El agua comenzó a salir a borbotones, el café molido se desparramó por la encimera, y la leche… la leche se derramó por todas partes, creando un charco blanco y pegajoso.
—¡Maldita sea! —exclamé, golpeando la máquina con frustración.
En ese momento, una figura familiar apareció en el umbral de la cafetería. Era Teresa, la secretaria de mi padre, con su sonrisa amable