El amanecer se coló por mi ventana, pero esta vez no había un rastro de las dudas de la madrugada anterior. La rabia y la determinación se habían asentado en mi interior como una roca sólida. Hoy era el día. Hoy comenzaría mi venganza, y Leonardo Santini iba a aprender una lección que jamás olvidaría.
Me levanté antes de que el sol asomara por el horizonte, con una energía que no había sentido en mucho tiempo. Me puse mi mejor traje de trabajo, un conjunto sobrio, pero elegante que me hacía sentir poderosa. Revisé mi cabello, lo recogí en una coleta alta y firme, y me miré al espejo. Mis ojos, aunque aún cansados, brillaban con una nueva chispa, una mezcla de furia y una fría anticipación.
El apartamento estaba en silencio. Leonardo seguía durmiendo en su habitación, ajeno a la tormenta que se avecinaba. No me molesté en preparar el desayuno para él. Hoy, mi prioridad era yo misma, y el plan que Don Rafael y yo habíamos trazado.
Salí del apartamento y me dirigí a la mansión. El viejo