No estaba planeado que sucediera así, pero mis gemelos y yo ya lo habíamos hablado: Ambos estábamos enamorados de nuestra esposa. Ocultarlo era absurdo, aunque nuestro matrimonio hubiera comenzado con una vinculación forzada estábamos decididos hacer todo lo que estuviera en nuestras manos para lograr que ella se enamorara también.
—Yo también te amo, cariño —asegure entonces. — Ambos lo hacemos.
Natalia tembló, nerviosa, como si nuestra declaración fuera demasiado para ella.
En nuestra sociedad los matrimonios por amor eran una anomalía; la mayoría se casaba por estrategia o por simple supervivencia. ¿Pero que podíamos hacer los dos si ya estábamos irremediablemente enamorados? Natalia era lo que nunca supimos que necesitábamos hasta que llego a nuestras vidas.
—No te preocupes, no tienes que decir nada —dije, tomando el control de la situación mientras sujetaba sus caderas con firmeza desde atrás—. Solo queríamos que lo supieras. Así que no vuelvas a disculparte.
—Lo único que quere