Hoy salimos juntos al supermercado. Ella insistió. Natalia no es del tipo de mujer que delega. Le gusta escoger las verduras, tocar el pan antes de ponerlo en el carrito, oler las frutas y comparar etiquetas. Dice que preparar la comida es una forma de demostrar a otros que te importan, y cuando uno la ve moverse entre los pasillos con tanta gracia, es imposible no creerle.
Vestía un conjunto sencillo: una blusa blanca de manga larga, una falda larga azul marino y su cabello recogido en una coleta. No mostraba nada de piel, pero era imposible ignorarla. La elegancia natural que irradiaba, su suavidad al hablar, la forma en la que se detenía frente a los estantes... incluso así, recatada, lograba robar miradas.
Y yo las noté. Claro que las noté.
Los hombres la veían. Algunos la escaneaban disimuladamente, otros eran más descarados. A mí claro que eso me molestaba. Pero siempre y cuando no se atrevieran a más, no podía evitar que miraran todo lo que quisieran. Porque al final sabían —lo