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Me dormí agotada, pero desperté gritando. El sueño me había arrastrado de regreso a los días más oscuros de mi vida. Estaba allí de nuevo, atrapada en esa habitación. Mi cuerpo temblaba, inmovilizado por el miedo. La presión de unas manos que no quería recordar quemaba mi piel, sus alientos se derramaban sobre mi cuello. Intentaba zafarme, pero no podía huir ni luchar.
—Sé una buena chica y esto será rápido… —las voces roncas y crueles resonaban en mi cabeza.
El dolor, el asco, la humillación. Me sentía desgarrada, reducida a nada, una cosa usada y desechada. Y cuando todo terminaba, solo quedaba la frialdad del silencio y la certeza de que no había escapatoria.
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Mi propia agonía me despertó. El sonido de mi grito perforó la oscuridad, arrancándome del sueño. Mi pecho se elevaba y descendía rápidamente, cubierto por una fina película de sudor que me helaba la piel. Mi corazón latía con una violencia dolorosa contra mis costill