No era una sorpresa que Natalia se hubiera quedado dormida. Después de la intensidad de la noche que habíamos compartido, su cuerpo simplemente se rindió. Lo intentamos. Leon y yo intentamos despertarla con caricias suaves, con susurros al oído; incluso Leon sugirió traerle algo dulce para que su energía volviera, pero nada funcionó. Estaba completamente agotada, sumida en un sueño tan profundo que, por primera vez, parecía ajena a nuestra presencia. Y aunque entendía la razón, no pude evitar sentirme frustrado.
El problema fue evidente en cuanto bajamos al comedor. Roman y Alexei estaban colocando los platos y Pavel había dispuesto la mesa con una elegancia inusual en él. La luz de las velas parpadeaba sobre la porcelana, y el aroma de la comida llenaba la estancia, un esfuerzo que ahora resultaba inútil.
Pavel fue el primero en hablar, su tono cargado de fastidio.
—Son unos estúpidos —su voz resonó con esa autoridad natural que tenía, una que rara vez alguien se atrevía a desafiar.