Capítulo 90. El altar en llamas
Alessia
Me miro en el espejo y no reconozco a la mujer que me devuelve la mirada: la seda pega todavía a la piel donde la bala quiso entrar, la mancha se ha secado y se ha hecho como medalla.
Lo palpo con cuidado; no es vergüenza lo que siento, es un registro. Hoy me caso. La frase suena simple y monumental al mismo tiempo. Todo lo demás, los juicios, las cuentas, la traza, está fuera del vidrio. Dentro, en este cuarto pequeño, con Teresa que ajusta el corsé y el ruido sordo de los alfileres, hay una promesa que me aprieta el pecho de ternura.
Pienso en la primera vez que lo vi, en la inercia que hubo entre su cuerpo y el mío, como si hubiéramos reconocido un patio común. Pienso en las estrategias que lo han convertido en espada y en cómo, hoy, me lo estoy regalando para que sea también refugio.
Me pongo el guante con la mano que aún tiembla a veces y respiro hasta que la respiración se hace decisión. Hoy me uno a él, a quien jamás pensé en amar.
Al bajar por el corredor, la casa pare