Capítulo 74. El Canto del Traidor
Dante
El brindis con Valeria aún retumba en mis oídos como un latido mal puesto. La sala del Consejo huele a perfume caro y a miedo viejo; esa mezcla me acompañó camino al estrado, y la siento ahora pegada como una segunda piel. Camino entre mesas de madera pulida, entre caras que aprenden a disimular y que no logran evitar que el miedo marque sus pómulos. Nadie me mira con ojos tranquilos. Nadie respira sin cálculo.
Respiro. Siento la sala como un órgano que yo puedo tocar con la yema de los dedos. No vine a castigar por el placer de ver arder; vine a ordenar el fuego. Hoy quiero que la traición se pronuncie en voz alta y que la palabra que pronuncien se vuelva una cláusula en mi favor. No es una ejecución: es una lección. Que aprendan que yo sé escuchar los cantos, incluso los que tiemblan.
Lo traen encorvado, con las manos en los bolsillos, como quien piensa que esconder la culpa en los puños la hace más pequeña. Es joven: demasiado joven para conocer la frontera entre deuda y crim