Capítulo 75. Los vestidos manchados
Alessia
El vestido duerme en su funda como si conservara un sueño. Lo saco con cuidado, como un tesoro frágil: lo acerco al cuerpo y la seda respira sobre mis dedos, fría y secreta.
Treinta agujas dobladas salen del cojín, dispuestas como un pequeño pelotón. Teresa enciende una lámpara antigua, la que siempre hace que las puntadas brillen como estrellas; el atelier huele a hilo y té.
—Cinco días —dice Teresa con la voz de quien ha cosido confesiones. La miro en el espejo grande donde la espalda del vestido dibuja mi esqueleto nuevo. —Toma la cintura así, sube el hombro, respira.
Me visto. El corsé me recibe como un remedio templado y me devuelve la figura que la gente llamará «novia»; me sorprende que un pedazo de tela pueda organizar tanto futuro en torno.
Teresa clava alfileres con una precisión ritual, corrige la caída, junta la cola. Su ayudante, Marco, mueve el perchero con torpeza buena; tiene manos de barrio y ojos curiosos. Le sonrío como a un sobrino.
Por primera vez, realme