Capítulo 6. Sombras en el mar
El mar de Sicilia no duerme nunca. A esta hora, poco antes de la medianoche, se mueve con una calma engañosa. Desde mi terraza lo observo como a un animal enorme que respira en ciclos silenciosos, esperando el instante preciso para mostrar los dientes.
Las olas parecen retirarse solo para acumular fuerza y regresar con más violencia. El mármol frío bajo mis botas refleja la luz de la luna, y la brisa nocturna me trae el olor a sal mezclado con ese matiz metálico que muy pocos perciben. Yo sí. Siempre lo noto. Es el mismo aroma que recuerdo de los callejones tras una masacre: sangre seca sobre hierro. A otros los asfixiaría. A mí me calma.
Ombra, mi halcón, se mueve inquieto sobre el guante de cuero que cubre mi mano izquierda. Sus garras presionan con firmeza, recordándome que no es una mascota, sino un depredador. Lo acaricio despacio en la nuca y sus plumas negras brillan como carbón húmedo.
—Tranquilo —murmuro, sin apartar la vista del mar—. Aún no ha llegado el momento.
Sus ojos a