Capítulo 49. El juramento roto
Salvatore
El humo del tabaco es tan espeso que parece un velo sobre la sala. Me arde la garganta, pero no aparto la vista de Giordano. Está frente a nosotros con esa mirada de víbora, con los labios torcidos en una sonrisa que no le llega a los ojos. Lo conozco desde hace demasiado tiempo. Sé que cuando sonríe así, lo que viene detrás es veneno.
—La única forma de quebrar a Dante es aplastar a la mujer —escupe, sin rodeos—. Alessia tiene que pagar.
Siento cómo la rabia me sube desde el estómago hasta los dientes. No es solo que hable de una mujer cualquiera: habla de mi sobrina. Mi sobrina.
Alejandro reacciona antes que yo. Se levanta de golpe, los puños cerrados, los ojos inyectados de sangre.
—¡Ni lo sueñes, Giordano! —ruge—. Alessia es Montenegro. ¡Es nuestra sangre! ¡Es mi hija!
El bastardo se ríe. Una carcajada áspera, cargada de desprecio. La cólera me recorre.
—¿Desde cuándo la sangre importa más que el poder? Dante la usa como escudo, y ustedes se dejan engañar. ¡No lo ven! S