Capítulo 48. Sombras en el Consejo
El motor ruge como una bestia encadenada, ansiosa por romper el acero que la contiene. Aprieto el volante hasta que siento que me va a estallar en las manos. Alessia está a mi lado, los ojos clavados en el horizonte, firme, sin un grito, sin un temblor, aunque el parabrisas vibra con cada impacto de bala que lo roza.
Enzo dispara desde la ventanilla, tres tiros secos que revientan un farol y obligan a uno de los perseguidores a esquivar. Atrás, en otro auto, Raffaele responde con una ráfaga que hace saltar chispas en el asfalto.
Pietro cierra la caravana desde un tercer vehículo, con esa calma silenciosa que siempre lo ha distinguido. No es un hombre de palabras, sino de movimientos, de sacrificios invisibles.
—¡Se nos pegan! —gruñe Raffaele por el auricular.
Miro el retrovisor. Ahí está: una camioneta negra que ruge y envista como un depredador. Se nos viene encima, demasiado rápido. Puedo ver el rostro del que conduce. Es uno de los perros de Giordano, el último de sus hombres fuert