Capítulo 44. El eco del apellido
Salvatore
El mar es un animal que nunca se calla. Sus golpes contra los pilotes retumban en el galpón como un recordatorio: aquí no hay paz, solo espera.
Apoyo las manos en la baranda de hierro oxidado y observo el muelle. Dos guardias fuman cerca de la entrada. La luz de la bombilla parpadea. Todo parece quieto, pero yo sé que Morello se está moviendo. No lo necesito ver para sentirlo. Su rabia ya debe estar incendiando la ciudad.
—¿Hasta cuándo la tendremos aquí? —pregunta Vittorio Giordano a mis espaldas.
Me giro despacio. Él lleva un abrigo oscuro, el cigarro encendido en la comisura, la arrogancia tatuada en la frente.
—Hasta que se sienten a negociar —respondo.
—Negociar —se ríe, echando humo—. No entiendes, Salvatore. Esto no es un juego de paciencia. Si Morello no llama antes de la medianoche con lo que pedimos, la reina se queda sin voz.
Hace un gesto con dos dedos hacia la garganta. El humo dibuja un collar. Lo detengo con la mirada, en tono amenazante.
—No habrá otra sangre