Damián.
La brisa nocturna era suave, un murmullo delicado que acariciaba las hojas de los árboles y las hacía bailar bajo la luz de los faroles del pueblo. La plaza estaba tranquila. Serena y yo estábamos sentados sobre una manta, rodeados de comida sencilla, compartiendo un momento que parecía casi irreal en medio de todo lo que estaba ocurriendo en nuestras vidas.
Todavía estaba preocupado porque Kael y su grupo no regresaban, pero confiaba en la fuerza de mi hermano y en la de los que lo acompañaban.
Serena jugaba con un mechón de su cabello y tenía la mirada fija en la galleta que reposaba entre los dedos, como si estuviera pensando demasiado en algo tan simple.
Sonreí, apoyando un brazo sobre mi rodilla y mirándola con diversión.
—¿Siempre tardas tanto en decidir si quieres comer algo? —bromeé.
Nunca se me pasó por la cabeza que seríamos emparejados por la diosa Luna a una edad tan temprana. A pesar de eso, yo planeaba tratar a Serena con respeto y priorizar sus sentimientos.