Kael.
El olor a sangre podrida seguía metido en mis fosas nasales, y ya me empezaba a resultar repugnante. Celeste y yo avanzamos sin perder el tiempo, esquivando los cuerpos de vampiros débiles que habíamos matado durante nuestra caminata.
No había emoción en la pelea contra ellos, estábamos centrados en un objetivo: llegar a la raíz del problema.
—¿Cómo te sientes ahora? —le pregunté, viéndola respirar con pesadez.
—¿A dónde es que vamos? —Se detuvo un segundo.
Tuvo que apoyarse de un pilar cercano para recuperar el aliento, y detallé el brillante sudor recorriendo su frente. Toda esa pelea estaba siendo dura para ella…
Habíamos acabado con tantos vampiros, que ya perdí la cuenta.
—Al centro del pueblo, de allí proviene el mayor olor a sangre fresca de humano… —murmuré, señalando la dirección—. ¿Quieres tomar un descanso? No te sobre esfuerces, cielito.
La sostuve de las caderas para ayudarla a sentarse y la miré con una genuina sonrisa.
—Discúlpame, no estoy acostumbrada a