Narrador.
Era un mediodía brillante, y Sienna estaba en el patio trasero de la cabaña como de costumbre, sentada sobre una manta, rodeada por flores, ramitas y una piedra que emitía energía ancestral del sol, según ella.
Llevaba una hora organizando coronas de amistad y etiquetas secretas de misión emocional, cuando Kenzo apareció con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Sienna notó que tenía una carta en la mano.
—Te dejaron esto —habló, lanzándola frente a ella como si fuera un objeto sospechoso—. Para ti
Sienna levantó una ceja.
—¿Quién?
—Uno de los mensajeros que viene cada tres días. Dijo que era de Luke —respondió Kenzo—. Claro, tu nuevo mejor amigo.
Sienna lo observó con calma, sin tocar la carta de inmediato. Le pareció graciosa la forma de hablar de su mellizo.
—¿Y por qué hablas así?
Kenzo se sentó frente a ella, con dramatismo exagerado.
—Porque antes hacíamos coronas juntos. Antes yo era el héroe de tus cuentos. ¡Ahora todo es Luke y sus flores raras y sus ojos az