Narrador.
La plaza del pueblo tenía ese encanto especial que florecía al caer la noche. Las piedras del suelo, irregulares, reflejaban la luz tenue de los faroles. El aire era fresco, y el cielo estaba despejado como si supiera que iba a presenciar algo importante.
Celeste y Kael caminaban juntos por los senderos que llevaban al centro. A su lado, los mellizos corrían con pasos suaves pero emocionados. Sienna sostenía una bolsa con malvaviscos como si cargara secretos valiosos. Kenzo tenía una vara de madera decorada que él mismo llamaba: instrumento de fuego diplomático.
La plaza se llenaba poco a poco.
Nuria y Nolan llegaron con mantas. Serena y Damián trajeron palos largos para asar. Miriam sostenía su cuaderno, lista para documentar “la noche más mágica sin magia real”. Marcela y Oliver ayudaban a preparar los bancos cerca de la fogata, que ya ardía en el centro del espacio, iluminando rostros.
Sienna se acomodó junto a Miriam, riendo al ver cómo el fuego bailaba.
—¿Crees que l