Alessandro volcó toda su atención en la anexión de la Mafia. No quería pensar en su mujer porque las cosas entre ellos seguían exactamente igual: él intentaba acercarse con todos los recursos posibles y ella lo ignoraba como si no existiera. Nada, absolutamente nada, lograba ablandar la coraza de Natalia. Era, sin duda, la mujer más obstinada que había conocido en su vida… y quizá esa terquedad era lo que lo mantenía tan atado a ella. Había ideado mil maneras de llamar su atención, pero el resultado siempre era el mismo: indiferencia. Así que no le quedó otra alternativa que alejarse de la casa y sepultarse en trabajo.
—Ya falta poco para que al fin tomes el control de todo —comentó Marcello, dejando caer la pluma sobre el escritorio. Estaban rodeados de un mar de documentos que llevaban horas revisando.
Alessandro, con el ceño fruncido, seguía repasando un contrato con la mirada oscura y cansada. Desde que Natalia lo había rechazado, su humor era el de un dictador iracundo: seco, exp