Capítulo 47

Alessandro sonrió con suavidad y le tomó la mano. Tiró de ella con delicadeza hasta llevarla hacia unos grandes cojines dispuestos en el suelo, justo frente al balcón, donde la vista a los viñedos se extendía imponente bajo el cielo encendido por el atardecer.

—Te he traído aquí porque no quiero interrupciones —dijo él, acomodándose muy cerca de ella.

Natalia trataba de aferrarse a su enojo, como un escudo frágil. No quería ceder, no quería sentirse débil. Sin embargo, la cercanía de Alessandro la desarmaba poco a poco: se veía relajado, seguro, demasiado guapo, y eso la desestabilizaba.

Él la miró con esa intensidad suya, luego esbozó una sonrisa y comenzó:

—Conocí a Anabella hace cinco años, en una de tantas fiestas a las que era invitado. Nunca he sido un santo, Natalia, mi fama me precede… Vivía rodeado de mujeres, era joven y sin responsabilidades, solo buscaba divertirme. Y ella… me cautivó desde el principio. Cuando me di cuenta, estaba loco por esa mujer.

El estómago de Natali
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