Han pasado dos horas. El camino se vuelve cada vez más oscuro, el silencio dentro de la limusina se apodera de mis oídos. Cierro los ojos y dejo salir mis lágrimas. Tenía unas ganas incontrolables de llorar. Me sentía tan impotente, incapaz de hacer nada por salvar mi vida. Si tan solo todo hubiera sido diferente...
La limusina se detiene. Dos hombres se acercan y abren la puerta para tomarme de las muñecas.
—Señor Whua, por seguridad debemos atarle los ojos a la chica —dice uno.
—Ella no es ninguna amenaza. Podemos saltar ese anillo de control, chicos. No quiero que la señorita se sienta incómoda —responde el hombre con voz autoritaria.
—¡Señor Whua, es una orden del señor Zhao! —insiste el otro.
Muerdo mi labio con fuerza y empuño las manos. Mi voz sale firme, temblando de rabia:
—Mira, estoy cansada de que todos quieran pasar sobre mí. ¡Y te exijo, imbécil, que no te atrevas a tocarme ni un solo cabello! —Miro directamente al tal Whua—. Además, este señor me ha estado observando to