Marcelo
Mis ojos brillaron al contemplar el gran diamante del anillo que había elegido para Valeria. Por fin, después de tanto tiempo, estaba listo para pedirle que fuera mi esposa. Nuestro hijo estaba a punto de nacer y, en los últimos días, el hogar se había llenado de paz, armonía y, sobre todo, de un amor inmenso.
Confieso que Valeria todavía tiene pesadillas. Aún carga con el peso de lo vivido a causa de mi madre, y me parte el alma tener que abrazarla mientras llora, intentando calmar su angustia. Me duele verla así, tan frágil a veces, pero empezó un proceso terapéutico con una excelente psiquiatra, y confío en que, poco a poco, logrará salir del vacío emocional que a veces la atrapa.
Mi madre fue finalmente internada en un hospital psiquiátrico. Su mente colapsó por completo y fue diagnosticada con esquizofrenia. A veces la visito, aunque no tiene sentido: ya no me reconoce, y verla así, perdida y desconectada, es profundamente doloroso.
Por otro lado, mis negocios han prospe