Marcelo
Una sombra estaba al final del ático. El corazón se me quería salir del pecho, y una lágrima solitaria rodó por mi mejilla al darme cuenta de que ese pequeño bulto tirado en el suelo frío era mi Valeria.
Me acerqué a ella con pasos temblorosos, como si todo a mi alrededor fuera una pesadilla distorsionada. Quise morir cuando la toqué. No estaba fría, como se suponía… aún estaba tibia. El alma se me paralizó cuando acerqué mi rostro al suyo y sentí, apenas, ese suspiro de vida. Respiraba. Con dificultad, pero lo hacía.
La levanté en mis brazos sin pensarlo, temiendo quebrarla con el más mínimo movimiento. Alcé su cuerpo con todo el cuidado del mundo y descendí hasta la entrada del ático. Todo se volvió borroso, el aire denso, mis oídos zumbaban como si el tiempo hubiera dejado de existir.
—Marcelo, ten cuidado. ¡Déjame ayudarte! —la voz de Edward me llegó como un eco lejano. Estaba en shock. ¿En qué momento mi pobre mujer terminó allí arriba, sola, abandonada?
La apreté contra