Mateo dejó con delicadeza a Rocío sobre la cama y se despidió con una sonrisa breve, dejando a Kany a cargo de su cuidado. En cuanto se cerró la puerta, Kany se giró hacia su amiga con una expresión que no dejaba lugar a dudas: tenía un chisme, y de los buenos.
Se acercó, dando pasos silenciosos y con una mirada encendida, como quien lleva una bomba lista para estallar.
—Mira, Rocío… yo no había visto a un hombre organizarlo todo como lo hizo el señor Mateo —empezó, con tono teatral—. Se encargó de cada detalle: la habitación, la silla, el transporte, los empleados. Todo. Solo para que tú estuvieras cómoda. Te juro que varias de las chicas del personal están deseando estar en tus zapatos.
—Créeme, Kany… nadie quiere ser yo —murmuró Rocío, hundiendo la cara en las almohadas—. Si pudiera cambiar de vida, aunque fuera por un día, lo haría sin pensarlo.
Kany puso los ojos en blanco y se dejó caer en una silla cercana, cruzándose de brazos.
—Y aquí vamos con los arrepentimientos existencia