El salón no era ostentoso, pero estaba lleno de vida. Las paredes blancas reflejaban la luz del atardecer que se colaba por los ventanales, y los ramos de flores silvestres decoraban cada rincón sin pretensiones. Había sillas dispuestas en círculo, mantas suaves sobre los respaldos y un aire cálido de comunidad. No parecía una inauguración formal, sino una reunión íntima, humana.
Kany caminó por el lugar como si ya lo conociera de antes. Porque, en cierto modo, sí. Lo había imaginado en cada noche difícil. En cada consulta. En cada espera de resultados. En cada día donde no sabía si iba a despertar. Lo había soñado en silencio. Y ahora, estaba de pie dentro de él.
Zayd la observaba desde el fondo del salón, con su hijo en brazos. Lo acunaba con cuidado, como si todo lo que tenía ahora le hubiese sido confiado por ella. Había personas de todas las edades, pero muchas eran mujeres con rostros marcados por la enfermedad. Algunas llevaban pañuelos. Otras, cicatrices a la vista. Todas la m