Ella no respondió. No tenía que hacerlo. En su silencio había una confirmación limpia. Dolorosa, sí, pero sin culpa.
Gianluca asintió, como quien ya había hecho las paces consigo mismo.
—Te libero —dijo, suave—. Y me libero también. Porque mereces amar sin deuda. Y yo también merezco ser amado sin espera.
Kany se levantó. Caminó hacia él y lo abrazó con el bebé en brazos.
—Gracias por todo, Gianluca. Nunca voy a olvidarte.
Él la besó en la frente. Luego miró al bebé, le acarició una mejilla con los nudillos, y se fue.
Sin drama. Sin reclamos. Con amor… del que de verdad deja ir.
Semanas después.
Zayd ya no tocaba la puerta. Entraba con la naturalidad de quien se había ganado, poco a poco, volver.
No hacía preguntas. No presionaba. Solo estaba.
Llevaba pañales. Biberones. Libros de crianza. A veces un café. A veces un silencio. A veces solo a él mismo.
Kany lo notaba distinto. No como el hombre que había amado antes del miedo, sino como el que había aprendido a amar después del desastre