Khloe es una mujer marcada por un pasado tan oscuro como incomprensible. Desconfiada de los hombres y de todo lo que tenga que ver con el amor, se ha convertido en la prostituta más cara, atrapada en un mundo que detesta. Su única meta: encontrar la forma de escapar de ese infierno que la consume. Bajo su fachada de mujer fuerte y desafiante, se esconde una niña rota, llena de soledad y un vacío que ni el dinero, ni el alcohol, ni las incontables cajas de cigarrillos han logrado llenar. Su pasado la persigue como una sombra implacable, recordándole que jamás ha tenido un hombro en el que apoyarse… hasta que alguien inesperado aparece en su vida. ¿Será Khloe capaz de enfrentarse a sus demonios y encontrar la paz que tanto anhela? ¿O seguirá cargando con un vacío que parece imposible de llenar?
Leer másKhloe es una mujer marcada por un pasado que pocos podrían comprender. La prostituta más cara. La más deseada. Pero también la más rota. No cree en los hombres, ni en el amor. Solo en sobrevivir.
Vive atrapada en un infierno que la consume lentamente... y busca la forma de escapar, aunque aún no sepa cómo.
Detrás de su mirada dura y sus silencios afilados, vive una niña abandonada, rota por dentro. El dinero, el alcohol y las cajas de cigarrillos no han logrado llenar el vacío que arrastra desde siempre. Su pasado, como una sombra cruel, no deja de perseguirla.
Jamás ha tenido un hombro donde llorar. Pero todo podría cambiar cuando alguien irrumpa en su vida… alguien dispuesto a comprender su dolor, a mirar más allá del cuerpo y del precio.
¿Podrá Khloe sanar las heridas que lleva tan dentro?
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Quédate y descubre cómo comienza… y cómo termina esta historia breve, intensa, marcada por el deseo, la oscuridad… y tal vez, la esperanza.
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Un mes después—¡Valeria! ¿Qué esperas? —llamé desde la sala.—¡Ya voy, papá! —respondió su vocecita desde el segundo piso.Había pasado un mes desde que la vi por última vez. Treinta días sin saber de ella más que por los informes de Jorge. Treinta días esperando una sola llamada que dijera: “Ya puedes verla.”Y por fin, ese día llegó.Valeria bajó las escaleras cargando dos maletas enormes, arrastrándolas como si fuera a mudarse para siempre.—Valeria, cariño… ¿y todas esas maletas?—Mi ropa —dijo con toda la seriedad del mundo—. Mamá dice que siempre hay que llevar lo que se pueda. Y esta es toda la que puedo llevar.No pude evitar sonreír.—No podemos llevar toda esa ropa, nena. Vamos a ver a alguien, no a cambiarnos de casa.—Pero… ¿y si me quiero quedar?Esa frase me detuvo por un momento.—¿Quieres quedarte?Valeria bajó la mirada y asintió con una timidez que me rompió el corazón.—Sí… quiero ver si ella también me quiere.Me arrodillé frente a ella y le tomé las manitas.—Te a
KhloeAl día siguiente, todo estaba listo. Teníamos que dejar el país. Irnos lejos, empezar de nuevo. Laia seguía en el hospital, y yo empacaba sus cosas con manos temblorosas. No había visto a Maicol desde la noche anterior. El estómago me ardía de ansiedad.La puerta se abrió de golpe. Jorge entró con una carpeta y un par de mochilas en las manos.—Estas son sus nuevas identidades —dijo, dejándolas sobre la camilla.Tomé mi pasaporte. Lo abrí.Nombre: Rosa Díaz.Fruncí el ceño.—¿Quién eligió ese nombre? —pregunté con curiosidad, sin dejar de mirar la foto.—Fui yo —respondió una voz detrás de mí.Me giré de inmediato. Maicol estaba en la puerta, con esa sonrisa suya que siempre me desarma. Corrí hacia él y lo abracé con fuerza. Por un segundo, el mundo volvió a sentirse seguro.—Tenemos que irnos —interrumpió Jorge, tomando algunas de las maletas.—Lo hiciste bien, nena —murmuró Maicol, besando mi frente con ternura.En ese momento, Laia salió del baño. Caminaba despacio, aún debía
MaicolEspero que todo esté bien. Estoy sentado en mi auto, estacionado frente a ese maldito lugar, con el corazón encogido por la preocupación. Intento despejar mi mente, alejar los pensamientos oscuros que no dejan de acosarme.—Sal del auto —ordena una voz firme.No puede ser... Dori. Está justo frente a mí, apuntándome con una pistola. Mis ojos se clavan en los suyos, helados, decididos. Levanto las manos con lentitud, tratando de mostrar que no tengo intención de resistirme.—Está bien... tranquilo... voy a salir —murmuro, con la voz tensa.Con movimientos pausados, abro la puerta del auto. El aire de la noche me golpea en la cara al poner un pie fuera. Me bajo lentamente, sin apartar la mirada de ella.KhloeDespués de haber complacido a Joel, no me quedaba más que el silencio, ese silencio denso que te aplasta el pecho. Mis manos temblaban mientras mis ojos se fijaban en la pistola, abandonada sobre la mesa como una amenaza latente.—Lo hiciste bien… ya deja de llorar —murmuró é
«Después de que vendas esa mercancía, esa persona no se saldrá con la suya. Le tendremos una trampa preparada en el camino para capturarlo. Ya todos mis hombres y los de Jorge están en posición. Estaremos siguiéndote de cerca todo el tiempo, será fácil, siempre que no des señales de alarma. Así que deja los nervios a un lado. Maicol irá a ese lugar como siempre, sin levantar sospechas. También habrá policías camuflados entre los civiles, nadie notará nada raro. Además del chip de rastreo, el bolso lleva un micrófono oculto. Manténlo cerca, al igual que el celular. Estaremos escuchando cada palabra, en caso de que algo se salga de control».Mientras me preparaba para mi turno en el escenario, esas palabras resonaban en mi cabeza. Frente al espejo, intentaba ocultar mis nervios tras una capa de maquillaje y falsa seguridad.—Khloe... te dignaste a venir. ¿Recordaste que este es tu lugar? —dijo Dori, acariciando mi rostro con esa sonrisa hipócrita que usaba para disfrazar su veneno.—Aléj
Quizás sí. Quizás, por fin, encontré un hombro en el cual llorar. Un lugar donde sentirme segura. Donde confiar. Estoy recostada en su cama, aún con el cuerpo adolorido por esa noche tan oscura. Él me salvó… de mí misma. Me cargó en sus brazos, me llevó hasta su auto, y luego a su casa. Me alimentó, me ayudó incluso a ducharme. Estaba rota. No dije una sola palabra desde ese “lo siento”. Solo me rendí al cansancio, y me dormí con él a mi lado. Cuando desperté, ya no estaba. Escucho pasos acercándose.La puerta se abre. Está ahí, con un pantalón de pijama gris y una bandeja en las manos.—Buenos días —saluda con voz suave.Levanto la mirada y me pierdo en sus ojos. Ni siquiera sé qué expresión tengo ahora. Él me cuidó como si fuera frágil, como si fuera importante. Estoy envuelta en su camisa, sin abotonar, dejando entrever parte de mi cuerpo.—Buen día —susurro, desviando la mirada, con el rubor subiéndome por las mejillas.Él deja la bandeja sobre la cama y se acerca sin dudar. M
MaicolMe reconforta saber que tomé la decisión correcta, pero no puedo quedarme de brazos cruzados. Ahora es cuando más me necesita. Sin decir una palabra, camino hacia la patrulla y me subo con determinación.—¿Qué haces, Maicol? —pregunta Jorge, desconcertado.—Estoy contigo en esto. No creí ni por un segundo lo que me dijiste hace un rato. Así que por favor… conduce.Jorge duda un instante, pero finalmente arranca. No tengo idea de a dónde vamos, ni me importa. Lo único claro es que no pienso dejarla sola.El trayecto transcurre en silencio, denso como la tensión que flota en el aire. Finalmente, llegamos a un edificio discreto, sin rótulos, sin señales. Al descender, noto a un hombre que nos espera con expresión severa. Por su porte y mirada calculadora, deduzco que es el agente estadounidense del que Khloe me habló.Khloe—Señorita Khloe, ¿qué hace aquí?Todavía estoy a tiempo. Podría dar media vuelta y olvidarme de todo. Pero no lo hago.—Vine a traerle su celular —respondo, ten
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