*Libro 2 de la Serie Romance Real. De la Regina Norwood que la realeza conoció en Astor, ya no queda nada. Después de haber tomado muy malas decisiones y haberse dejado engatusar por el Duque Henry, primo y enemigo del rey, y quien murió como el traidor que era; ahora se encuentra en la peor encrucijada de su vida, pues su padre tuvo que mentir para salvarla de la guillotina y ahora está condicionada a seguir sus mandatos. ¿Quién podría aceptarla como esposa cuando no es una mujer virgen, fue deshonrada por un bandido y lleva en su vientre al hijo de este? Lucio MacKay estaba dispuesto a aceptarla como su esposa, a cambio de un acuerdo beneficioso, al final, de algo tenía que servir que Regina fuera hija de uno de los condes más cercanos a los monarcas. Aunque, el embarazo que desconoce lo obligará a darle otro rumbo cruel a sus planes, pues una cosa es tener a una mujer deshonrada al lado y otra muy diferente, ser el padre de un bastardo. Regina tendrá que salir del infierno en el que se ha convertido su vida, jamás pensó que tendría que huir, mucho menos, estando completamente sola e indefensa; sin embargo, un pequeño rayo de luz se asoma en su oscura vida, cuando su camino se cruza con William Connell, el príncipe del Reino de Connelly, vecino del sur de Astor, quién estará dispuesto a ayudarla, solo que, el amor no puede nacer entre ellos, porque Regina no es el tipo de mujer que se espera se convierta en futura Reina de Connelly.
Leer másEl cuerpo de Regina se sacudió, mientras las primeras arcadas le hicieron vomitar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, su rostro demacrado solo era el resultado de su estado. Estaba embarazada, esperaba un hijo de Henry. Un traidor del reino de Astor y que estaba muerto.
Regina quería morirse, estaba deshonrada para cualquier hombre, su padre apenas le dirigía la palabra y la tenía encerrada en las cuatro paredes de su habitación para que nadie pudiera ver su lamentable estado.
Desde que volvieron del castillo real, todo cambió. Su padre no dejaba de recordarle en cada oportunidad que tenía, lo que había hecho. De cómo él había mentido para salvarla; de cómo por su culpa, se había comportado de manera desleal a su Rey.
Haciéndole recordar que Henry y ella…
—No, no, no —se lamentó cuando fue presa de una nueva arcada, su garganta ardía, llevaba dos días así y esa misma mañana el médico le había confirmado sus temores. Su padre había pagado una generosa cantidad de dinero para que el médico fuese discreto.
—Lady Regina, su padre la espera en el salón de invitados en una hora, me ha pedido que la ayude a vestirse —la voz de la doncella al otro lado de la puerta le hizo temblar.
—¿Sabes para qué me espera? —preguntó.
—No, mi Lady, lo siento —murmuró la muchacha. Serafina era la única de las mujeres del servicio que tenía permitida la entrada a su habitación, también era la única que sabía lo que sucedía, pues fue ella quien la descubrió el día anterior vomitando en la letrina y había corrido a informarle al Conde Norwood de la situación.
—Ayúdame a vestirme y si puedes hacer algo con este rostro, también te lo agradeceré —musitó, sin orgullo en su voz, ¿de qué le valdría en ese momento y en esas circunstancias? Era una mujer sin honra, embarazada y sin un esposo que diera la cara por ella. Un sollozo salió de su garganta dolorida. Su estómago protestó, recordándole lo que ahí dentro crecía.
Con paso tembloroso y casi sin fuerzas, bajó los peldaños de la larga escalera, se agarró con discreción para evitar caer, aunque la idea le resultaba tentadora, quizá de esa manera todo terminaría.
—Ni siquiera lo piense, Mi Lady —susurró Serafina a su lado.
Regina elevó una ceja.
—¿Qué?
—Ha murmurado sus pensamientos, Mi Lady —le dijo.
Regina tragó el nudo que se le formó en la garganta y sintió cuando la mujer tomó su cintura, para evitar que cometiera cualquier locura.
—Su padre la espera —le recordó.
Regina caminó a la biblioteca, sus manos le sudaban dentro de los guantes, un vacío se formó en la boca de su estómago al ver a su padre vestido elegante, como si fuera a asistir a algún evento importante.
—¿Te irás de viaje? —preguntó con un hilo de voz.
—No, no iré a ninguna parte, Regina. Decliné amablemente la invitación del Rey a su boda, no tengo cara para presentarme ante él —pronunció con reproche.
Regina apretó sus puños.
—Entonces…
—Tendremos visitas, te pido que te comportes a la altura de la situación, Regina, y aceptes cada una de mis palabras —dijo.
—¿Qué quieres decir con eso, papá? —preguntó con el miedo adueñándose de su voz.
—Lucio MacKay.
Regina se tambaleó al escuchar el nombre del hombre. Lucio era un hombre mayor y…
—He llegado a un acuerdo con él, su boda se llevará a cabo en tres días.
El poco color huyó del rostro de Regina, su cuerpo se tambaleó al escuchar las palabras de su padre. No podía ser, de todos los hombres, ¿por qué había elegido a Lucio?
—Ha estado casado, es viudo y sin hijos.
—No tiene ningún título noble —susurró ella sin darse cuenta.
—En tus circunstancias, Regina, no puedes pretender que elija un Duque, un Marqués o un Conde, tendrás que conformarte con un señor. Tiene tierras y riquezas, no te faltará nada a su lado —declaró Norwood con recelo.
Si el Conde hubiera podido elegir el marido perfecto para su hija, en una situación distinta, claro que habría deseado emparentar con un hombre de noble cuna; pero en su estado, era una bendición que un hombre aceptara casarse con una mujer que había perdido la virginidad, por supuesto, que a Lucio le había dado la misma versión que le dio al rey, en la que Regina había sido víctima de abuso por parte de Henry; ellos no debían saber que su entrega fue por voluntad propia y mucho menos, tenían la idea que de esa relación “fallida” venía una criatura en camino. Gracias a la discreción del rey Frederick, en la corte no se tocó el tema y en su casa, los empleados habían recibido una jugosa cantidad de dinero por su silencio y una clara amenaza de lo que podía sucederles si murmuraban sobre el tema.
Norwood no se reconocía a sí mismo, desde que decidió mentirle al rey, no había tenido paz en su conciencia, pero Regina era todo lo que tenía y estaba dispuesto a todo con tal de verla casada y que un día no muy lejano ese niño que crecía en su interior pudiera ser llamado Conde y no ser conocido como el bastardo de un traidor.
—Lucio no me agrada —susurró Regina con voz tensa.
Había tenido oportunidad de conocer a Lucio en el pasado, no le gustó desde el primer día que lo vio, había algo en él que le hacía desconfiar, sin embargo, el hombre siempre trató de acercarse y de hacerle conversación. ¿Estaba aprovechándose de la situación? ¿Habría sido su padre quién lo buscó o habría sido el mismísimo Lucio quién lo propuso? ¿Sabría sobre la pérdida de su virginidad? Lo más seguro es que lo supiera, sería demasiado arriesgado engañarlo con eso, se daría cuenta cuando se consumara la noche de bodas.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, no quería pensar en eso, no deseaba hacerlo.
—Sea lo que sea que estés pensando, Regina, deséchalo. Ya he entregado mi palabra y no voy a retirarla.
—Tres días es muy poco, padre, yo…
—Lucio MacKay ya tiene todo resuelto, empezó con los preparativos el mismo día que cerramos el trato. No hay tiempo que perder, Regina —señaló hacia su vientre —. Lucio no puede saber que estás esperando un hijo —le advirtió.
Un nudo se formó en la garganta de Regina, quería negarse, pero sabía que no tenía más opciones que obedecer, si alguien se enteraba de que esperaba el hijo de Henry “el traidor” sus días podrían estar contados. Inconscientemente, Regina llevó su mano a su garganta.
—¿Viviremos acá, contigo? —preguntó con voz ahogada.
—Por supuesto que no, él tiene sus propias tierras y el Condado sólo les será heredado el día que des a luz a un hijo varón o el día que yo muera. No tengo sobrinos varones, ni familiar cercano que pueda quitarte el título —dijo.
Regina estuvo a punto de refutar, pero los golpes a la puerta se lo impidieron y el corazón se le detuvo cuando la madera cedió y frente a ella estaba Lucio MacKay.
—Mi Lady… —saludó, extendiendo su mano como todo un caballero.
Regina tragó el nudo en su garganta y luchó para no temblar mientras estiraba la mano. Lucio le dejó un beso sobre el dorso, a través de su guante de seda y ella sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo, solo que, fue una horrible sensación.
—Mi Lord —saludó ella con voz temblorosa.
—No sabe la ilusión que he sentido al hablar con su padre, mi Lady, desde que la vi la primera vez me ha dejado intrigado —musitó el hombre.
Si algo había aprendido Regina y de muy mala manera era a saber cuando trataban de engañarla y eso era lo que Lucio estaba haciendo. Aunque su interés desde que la conoció si era real, sabía que no tenía ilusión de ser su esposo, sino de llegar a poseer un día el título que hoy ostentaba su padre, podía adivinarlo en su mirada, esos ojos que la miraban de manera lasciva, como Henry la miraba ante de…
—Regina —llamó Norwood al ver que su hija ignoraba la pregunta de Lucio.
—¿Sí?
—Lucio te ha hecho una pregunta —le dijo, mirándola con reprobación. Regina tragó el nudo formado en su garganta, ¿qué es lo que le había preguntado?
—Tranquilo, Conde Norwood —dijo Lucio —. Le he preguntado si podemos dar un paseo por el jardín, desde la entrada pude notar que hay vastos terrenos alrededor de la casa, me gustaría conocerlos y conocer un poco más de usted.
Regina quería negarse, pero no tenía mucho qué decir.
—Si no le molesta a usted que lleve a mi doncella… —murmuró para disgusto de su padre, que carraspeó fuerte ante su respuesta.
Lucio sonrió.
—No es necesario que nos acompañe una doncella, Lady Regina, en breve seremos esposos y nos conoceremos de muchas otras maneras.
—¿Me permite hablar unas palabras con mi padre? —pidió la muchacha, se sentía en un callejón sin salida.
Lucio asintió y le regaló una sonrisa.
—La espero afuera, no demore —no era una sugerencia, parecía más bien una orden.
Regina esperó a que el hombre saliera de la habitación para ponerse de pie, sus piernas le temblaban, pero se armó de valor para dirigirse a su padre.
—No voy a casarme con él —dijo con una valentía que no sentía.
Norwood se acercó a su hija , la tomó de los brazos y se acercó a su rostro de manera peligrosa.
—He mentido al Rey por ti —gruñó—, le he mentido a ese hombre allí afuera para que aceptara casarse contigo, Regina. No me hagas perder más mi orgullo y mi paciencia —le amenazó con los dientes apretados.
—Papá…
—Te casarás en tres días y no quiero saber nada más, ahora date prisa y ve con él —le ordenó.
—Papá… —Regina no dijo nada más, pues la mirada fiera de su padre la acalló. Tendría que salir junto a su futuro esposo, un hombre que le causaba una incomodidad profunda, que no lograba explicar.
Las vidas de Regina y de William habían cambiado de nuevo en un abrir y cerrar de ojos, ganaron, pero también perdieron y no sabían qué pasaría más adelante. Durante las siguientes semanas se concentraron en la recuperación de Regina y en conocerse. Se habían enamorado de sus formas de ser, pero desconocían muchas más facetas de su pasado, que eran las que los habían llevado al punto en el que se encontraban. Los dos abrieron sus corazones para contar todo de sí mismos.William intentó comunicarse con sus padres, pero solo obtuvo una carta sin sello, de parte de Asher, su hermano.Hermano querido,Es extraño escribirte después de tanto tiempo. Ojalá pudiera darte mejores noticias, pero debo ser honesto, padre no quiere saber de ti. Para él, lo que hiciste fue una traición imperdonable. No entiende que, al elegir el amor por encima del deber, no lo traicionaste a él, sino que fuiste leal a ti mismo. Yo no lo condeno, Will; al contrario, te admiro.Madre no dijo nada, pero sé que está p
El tiempo se había detenido dentro de aquellas paredes.Los días transcurrían pesados, marcados por el silencio del castillo y los pasos de las sirvientas que iban y venían con tazones de agua caliente, paños limpios y ungüentos de hierbas.Regina aún no abría los ojos por completo, aunque había momentos en los que murmuraba palabras incomprensibles, como si desde el umbral de la inconsciencia luchara por regresar. William permanecía a su lado sin descanso. Apenas comía, apenas dormía; el único instante en que se levantaba de la silla junto a su cama era cuando Dash lloraba con hambre o necesitaba consuelo.El niño había quedado bajo el cuidado de la anciana sirvienta, que lo atendía con paciencia maternal, pero William insistía en tenerlo en brazos cada tanto. Lo acercaba a Regina, hablándole al oído con la esperanza de que la voz de su hijo la hiciera despertar.—Te espera, ¿lo escuchas? —susurraba cada noche y rozaba con sus labios la frente fría de ella—. No puedes dejarnos.La her
William deseaba que Gastón corriera mucho más rápido, pero el animal iba al máximo, así como lo hacían los caballos de Frederick y sus guardias. Las horas que estuvieron detenidos en la noche, los alejaron mucho más de Regina. Había guardado la esperanza de encontrarlos por el camino, que también hubiesen detenido su recorrido en la noche, pero no fue así.El Rey Frederick intercambiaba órdenes con Edward, su hombre de confianza, ya estaban próximos a llegar al castillo del Condado Norwood. Debían estar atentos ante cualquier suceso.Poco a poco la residencia se reveló ante sus ojos, algunos sirvientes corrieron a resguardarse y el grupo de bandidos aliados a Lucio, que celebraban la gran hazaña de haber conseguido llevar de vuelta a la mujer de McKay, corrieron por sus espadas y cuchillos.—¡No quiero que ninguno escape! —ordenó Frederick. Edward asintió y con algunas señas se desplegaron sus hombres.Los filos metálicos de las espadas resonaron, pero se perdieron en el espacio abier
Regina no supo cuánto tiempo había dormido, pero al abrir sus ojos se exaltó, el carruaje ya no se movía y el paisaje que alcanzó a ver por una apertura de la cortina se le hizo de lo más conocido, pero ya no se sentía como el hogar en el que creció.Había pasado tanto tiempo desde el día que salió de ese castillo, donde pasaron tantas cosas que la llevaron a lo que vivía en su vida, además de los intensos recuerdos con su padre. Era el mismo lugar, pero ya no era su hogar. Las paredes se veían iguales, pero ya nada se sentía igual, en absoluto agradable.De repente algunos ruidos, voces y gente que corría de un lado a otro la hicieron despertar por completo y cayó en cuenta de que no sentía a su pequeño bebé a su lado.Dash no estaba en el carruaje, alguien lo había tomado y su corazón se detuvo por un segundo, para después empezar una arremetida intensa dentro de su pecho.—¡Llévatelo y deshazte de él! —Escuchó la voz de Lucio afuera del carruaje, así que, se aventó hacia la salida.
Selene miraba a Frederick y ninguno de los dos sabía qué decir, porque lo que sabían parecía ser insuficiente en ese momento. La única que podía dar un poco de información se encontraba golpeada y todavía en el suelo, porque Jack no se atrevía a levantarla y que alguna herida de las que tenía pudiera empeorar.—No-no-nosotras hui-mos de él —murmuró Serafina.—Mi amor, no hables, guarda fuerzas —le pidió Jack, sin evitar que una lágrima se deslizara por su mejilla. Serafina le regaló una leve sonrisa y levantó su mano para limpiarle el rostro a su esposo.—Lucio… —hizo una pausa para tomar un sorbo de agua más largo— intentó ahogar al bebé, ella lo detuvo y casi la… a ella —omitió la palabra, pero todos supieron cuál era. La joven hacía un gran esfuerzo por contar las cosas—. Yo lo golpeé y salimos —dijo Serafina y no pudo seguir con las explicaciones, aunque no fueron necesarias.—¿Fue ahí cuando las encontramos? —preguntó William y la joven asintió.—¡Dios, mío! ¿En qué momento pasó
En el castillo las cosas no estaban mucho mejor. William avanzó hacia sus padres con el corazón latiendo a un ritmo feroz. Sabía que, en cuanto abriera la boca, todo se saldría de control… pero ya no podía seguir callando.—No puedo hacer esto —susurró lo bastante bajo para que solo sus padres lo escucharan.La princesa permanecía junto al consejero real de Valoria, quien lanzaba miradas incandescentes hacia los reyes y hacia William, como si con ellas quisiera sentenciarlo.—¿De qué hablas? —exigió el rey, endureciendo la voz.—William… —intervino la reina, con tono suplicante.—No, madre —replicó él, con una calma tensa—. No puedo casarme con la princesa. Sí, es cierto… conocí a alguien más. Y es la mujer que quiero a mi lado por el resto de mi vida. Nada más me importa. Pueden tomar las decisiones que deseen, pero yo debo partir.Se soltó del agarre cariñoso, aunque preocupado, de su madre.—¡William! —bramó el rey, pero ninguna palabra logró frenar el paso decidido del príncipe.L
Último capítulo