Maicol
Esperaba, al menos, un mensaje anoche. No me importa que me hablara de esa manera; de hecho, me pareció divertido. Voy a sacarla de ese lugar. Algo en ella me dice que no pertenece a ese infierno. Y no puedo sacarme de la cabeza esos ojos... ojos de luna.
—¡Papá! —la voz emocionada de mi princesa interrumpió mis pensamientos mientras corría hacia mí, agitando una hoja de papel en alto.
Detrás de ella, vi a mi hermana Emma bajarse del auto con gesto exasperado. Claramente, ya no puede soportar un segundo más a Valeria.
—¿Cómo está la niña más hermosa del mundo? —le pregunté, agachándome para besarle la mejilla.
—Bien, papi —contestó con esa carita de santita que no engañaba a nadie. Era más traviesa que una pandilla entera de duendes.
—Hola. Te devuelvo a tu pequeña. Me rompió mi perfume más caro, así que espero que tengas el descaro de pagármelo —dijo Emma, arqueando una ceja con teatral ironía.
—¿Pagártelo? ¡Por favor! Nadie te mandó a secuestrarla por dos semanas. Eres una lad