Todo empieza cuando Ana María despierta, en una mañana que parece ser como cualquier otra, pero tan pronto como abre los ojos, se da cuenta de que está dentro de un libro de Historia, en la época de María Antonieta. ¿Qué hará para que no descubran que es una impostora? ¿Qué sucederá cuando se de cuenta de que está casada con Luis, rey de Francia? Todo esto y mucho más, en esta fascinante historia de almas conectadas, fantasía y viajes en el tiempo.
Leer másLa vida a veces puede resultar monótona o aburrida, para alguien que tiene rutinas establecidas y que nunca sale de ellas, pero no para mí.
Siempre me he considerado una persona muy paciente, soñadora y positiva, quizás por eso siempre he atraído las cosas buenas a mi vida.
Con tan sólo dieciocho años ya tenía mi propio negocio, con la ayuda de mi abuela Anaella, a la que adoraba, teníamos una pequeña pastelería en el centro de Versalles, la ciudad en la que vivíamos. Lo cierto es que yo no nací en Francia, soy española, pero mi padre y toda la familia de este era francesa, así que, cuando cumplí dieciséis años me vine a vivir con mi abuela, dejando atrás mi preciosa casa en Galicia, y decidí probar suerte en un lugar donde nadie me conociese.
Nuestra pastelería se llamaba Le gran croisant y tenía bastantes visitas.
Desde pequeña siempre tuve buena mano con la pastelería, cosa que me venía de familia, pues mi abuela fue una gran repostera con marca propia durante 20 años de su vida, hasta que se vio obligada a venderlo todo para mantener a su familia, y pagar las deudas que mi abuelo dejó atrás.
Ahora, casi 40 años después, le había devuelto la ilusión a esa ancianita entrañable, con la que solía pasar las vacaciones de verano durante toda mi vida.
Al principio la vida en la ciudad fue dura, pero gracias a mi familia por parte de padre, y a mi mejor amiga Colette, había conseguido hacerme a mi nuevo lugar.
Personalmente, siempre me he considerado una persona muy inquieta, en busca de nuevas metas, así que sabía que la pastelería no sería el final, sino el principio de algo distinto y novedoso.
Tengo que admitir que nunca fui como el resto de las chicas de mi edad, no estaba interesada en los chicos, mi vida siempre fue mucho más importante que eso.
Mi padre murió cuando yo tenía siete años, en un accidente de avión, cuando iba a visitar a unos clientes en el sur de España, mamá volvió a casarse, pero no tuvo más hijos, siempre estuvimos separadas después de ese momento, pues ella viajaba mucho por trabajo. Me crie con Sonia, mi tía, que adoraba el arte, la historia y la filosofía.
Recuerdo su casa, era una enorme mansión de dos plantas, que su esposo, un héroe de guerra le dejó en herencia, y cómo no tenían hijos, no tenían a nadie más con quién compartir su fortuna y sus logros. Y así fue, como poco a poco me fui empapando de aquel mundo tan distinto, con ideologías políticas y religiosas, admiración al arte y la historia de nuestro país y parte de Europa.
A los dieciséis años, después de la muerte de mi tía, lo único que pude hacer fue escapar a otro lugar, dejar todo lo que amaba, con una considerable suma de dinero a mis espaldas, pues mis tíos me dejaron dinero suficiente para que tuviese un futuro cómodo, y dejando todo lo demás a la iglesia a la que tantos años habían sido devotos.
Usé el dinero en el viaje a Francia, en la tienda que creé con mi abuela, e incluso me sobraba dinero aún para vivir.
Siempre fui una ahorradora, así que no me iba mal.
Aquella tarde, después de dar un cálido beso a mi abuela en la mejilla, salí de detrás del mostrador, despidiéndome del resto de empleados, dirigiéndole una gran sonrisa a Colette, que venía a recogerme, como cada viernes.
Colette era historiadora en un museo, hacía visitas guiadas a los turistas y les contaba la historia detrás de cada zona famosa de la ciudad. Era la mejor. Y al igual que yo, también tenía cierto interés por la historia, aunque lo suyo era peor, casi rozaba la locura. Estaba obsesionada con la monarquía francesa, desde Luis XV hasta nuestros tiempos.
Es justo que haya un tonteo entre dos personas que se gustan, pero, sinceramente, siempre me ha gustado más el que se produce de forma más sutil.
Me gustan los hombres reservados, con un punto de misterio. De esos de los que siempre quieres descubrir más, a pesar de que no es fácil llegar a él. Como si fuese un reto, algo difícil. Quizás porque yo me consideraba exactamente igual. Por esa razón no tenía novio, era tan inaccesible para los chicos de esta época, que perdían el interés antes incluso de intentarlo.
Acepté una copa de champagne de uno de los camareros que pasaba por allí y luego me di una vuelta por el lugar, dejando a mi amiga hablando con aquel tipo.
“La monarquía francesa” – podía leerse en un letrero que había junto a la vitrina principal. Me acerqué a esa y observé los libros que hablaban sobre ella, en el interior, sin que nadie pudiese tocarlos. Pero había uno que si podía ser ojeado por los visitantes, se encontraba al final de la estancia, en un atrio de madera, abierto por una hoja al azar.
Ni siquiera le presté atención, estaba más ocupada mirando hacia el cuadro del famoso Rey Luis XVI. Lo habían representado de forma muy diferente, al resto de pinturas que se guardaban sobre él. En vez de tener el cabello rubio platino, como en la mayoría de ellas, tenía el cabello castaño claro, ojos grises, el cabello lacio peinado hacia atrás, rostro alargado y un pequeño hoyuelo en la barbilla. Lucía una camisa blanca con chorreras y una chaquetilla negra encima, miraba hacia un lado, junto a la ventana.
¿Por qué le habían dibujado tan diferente de la realidad? La mayoría opinaba que aquel rey, alias el delfín, era rubio, con rasgos finos y ojos azules. Entonces… ¿por qué aquella representación se alejaba tanto de la realidad?
Luis XVI se casó con María Antonieta, de Austria. Seguro que habéis oído hablar de ella.
Seguí avanzando, sin tan siquiera mirar hacia el retrato de la muchacha, fijándome entonces en el letrero que había junto al libro.
“Libro de los Reyes” – podía leerse en el título – “Encontrado en los aposentos de la reina, después de ser acusada de traición y encerrada como una vulgar criminal. Data del año 1520, pero los investigadores creen que es incluso más antiguo. Es altamente curioso que esté escrito a mano, a partir de la segunda mitad del libro. Los entendidos, aseguran que era la letra de la mismísima reina”
Agarré una de las hojas, pasándolo delicadamente, leyendo lo que en él estaba escrito, pero era un lenguaje demasiado inentendible, incluso para mí que sabía francés antiguo.
Retiré el dedo con rapidez, tan pronto como me percaté de que me lo había cortado con la afilada hoja, sin poder evitar que una gota de sangre cayese directamente sobre la hoja actual del libro.
Lo miré, horrorizada, observando como penetraba en él, esparciéndose, emborronando la hoja.
La pasé con rapidez, horrorizada, pues quería cerciorarme de si había estropeado también alguna otra hoja, pero al hacerlo me sorprendí al no hallar nada. Volví entonces a la hoja anterior, observando como la gota de sangre había desaparecido, como si nunca antes hubiese estado ahí.
Miré hacia mi dedo, buscando el corte que aquel libro me había ocasionado, observándole allí. No lo había imaginado, así que … ¿qué demonios estaba sucediendo?
En los aposentos de un gran hombre, uno que antaño fue rey de toda Francia, pero que, gracias a los consejos de una excepcional mujer, decidió retirarse del poder, actuando en la sombra, con lo que creía que era mejor para su propio pueblo y para el país entero. Así se formó la Asamblea General, donde él guiaba las decisiones más importantes, como miembro honorífico del mismo. Presionó el sello real sobre la carta que iba destinada a su preciosa hija. Le hubiese gustado entregar esa carta en persona, o incluso hablarle de todo aquello a su pequeña, pero no tenía tiempo que perder, debía dejar todo bien atado, porque sabía que se acercaba el día en el que debía dejar todo aquello atrás. Se había pasado casi 14 años de su vida buscándola, al amor de su vida, a aquella a la que una vez amó, y sin saber cómo, si la cordura era algo que le había abandonado, o si debía llevarse por su corazón, que le decía cada día que la mujer con la que compartía alcoba no
Decidí confiar en la abuela, contarle toda mi historia, pero ni siquiera sé si me creyó o no. Ella me puse al día de todo lo que había sucedido en mi ausencia, de todo lo que María hizo con mi vida, y de lo mucho que humilló a Colette. Quería ponerme a trabajar, no me importaba en qué, tan sólo quería, necesitaba, reunir dinero para recuperar nuestra pastelería. Era el sueño de la abuela, pero también el mío. Tengo que reconocer que fue difícil, volver a ganarme la confianza de las personas que María había traicionado, sobre todo la de Colette, pero dos años más tarde, cuando volvía a casa después de un día de duro trabajo en la gasolinera, la encontré en casa, charlando con la abuela. Dejé el bolso colgado en la percha del recibidor, de la pequeña casa que costeaba con parte de mi sueldo, después de haber renunciado a la pensión que David quería pasarme tras el divorcio, no me quedaba mucho más, y mis sueños sobre recuperar la pastelería cada
Mis pasos resonaban por los pasillos de aquella institución de alto standing, por supuesto los ancianos no se podían quejar, de lo bien cuidados que estaban, pero, aun así, separados de sus seres queridos. La vi en seguida, sentada junto a la ventana, mirando por ella, con la mirada entristecida, ignorando lo que su amiga le decía a su lado. Me detuve a escasos metros, aterrada, sin poder continuar, porque estaba mucho más delgada que la última vez que la vi y mucho más deteriorada. Parece que vienen a verte – susurró su amiga, pero ella ni siquiera se inmutó, a pesar de que la anciana se marchó, dejándonos un poco de intimidad. Caminé despacio hacia ella, apoyé mi mano sobre la suya y me agaché para observarla, necesitaba tocarla, abrazar a la única persona que necesitaba en aquel momento. Su reacción fue instantánea, me observó, estudiándome con la mirada, intentando encontrar a su nieta dentro de aquel cuerpo, y parec
Mi mente intentaba contactar con mi cuerpo, avisarme de que aferrarme a sus labios de aquella manera no estaba bien, pues él no era mi Luis. Augusto era su nombre. Pero ni siquiera podía pensar con claridad, ni siquiera cuando me empotró contra el escritorio y me subió la falda para agarrarme el trasero. ¡Qué osado! ¡Ni siquiera Luis fue así jamás! ¡Oh Dios! ¡Qué estaba haciendo! ¡Y con mi jefe! Unos golpes en la puerta nos hicieron separarnos, colocándonos bien el traje, acicalándonos, observando a su secretaria, inmiscuyéndose en lo que no le importaba, como de costumbre. Señor, siento molestarle – era obvio que no lo hacía, en lo absoluto – tiene a su esposa por la otra línea. ¿Su esposa? ¡Oh Dios! La cosa se ponía cada vez peor. Gracias Susane – agradeció, observando como la muchacha se marchaba, posando sus ojos en mí – terminemos esto luego, en tu despacho, ahora estoy ocupado.
Ni siquiera quería pensar en todo lo que estaba sucediendo, tan sólo quería abrazar a la única persona que podría ayudarme a recomponer la vida que María Antonieta había destruido, llamaba, con insistencia a la casa de Colette, con el chófer esperándome abajo, asegurándome que no me dejaría sola, que debía ir a la revista. La puerta se abrió, y apareció un hombre con aspecto desmejorado, vistiendo una camiseta de rayas y unos pantalones anchos junto a una bata entre abierta, tenía la boca mojada, y apestaba a alcohol. Estoy buscando a Colette – dije, en cuanto me recuperé del impacto, haciendo que el hombre se rascase la cabeza, y me observase con incredulidad – señor… Aquí no vive ninguna Colette – espetó, cerrándome la puerta en las narices. ¡Dios! Aquello se ponía cada vez peor. ¿Cómo iba a encontrar a la abuela y a Colette? Cada vez que intentaba avanzar la puerta se me c
Mi conciencia aún estaba en ese lugar, aún podía escuchar su voz, rogándome para que me quedase a su lado, sus caricias en mi rostro, cuidándome, mientras yo, tumbada en la cama, y con ojos cerrados, seguía inconsciente. Sonreí, feliz, agradecida de encontrarme a su lado aún. Quizás todo fue un sueño, quizás aún tenía tiempo, aún podía aferrarme a aquella vida que no me pertenecía. Pero… algo me decía que no podía hacerlo, pues había algo extraño aquella vez. Un extraño sabor metálico invadía mi boca, como si mi sangre brotase de alguna parte, inundándola. Me dolía la boca y el cuello, como si me hubiesen dado una paliza, no podía entender qué ocurría. Quizás me había golpeado al caer al suelo, quizás… Desperté, sobresaltada, elevándome de la cama, sentándome sobre ella, observando la estancia en la que me hallaba, mirando a mi alrededor, escuchando de fondo el jaleo de los coches que pasaban por la avenida. Aquella habitación e
Último capítulo