Semanas después...
Esa mañana, el sol apenas comenzaba a iluminar el cielo cuando Alexander se despertó. Su cuerpo estaba pesado, cansado por las largas horas de trabajo, pero había una urgencia en su interior que lo empujaba a levantarse. Dejó su desayuno casi sin tocar y, en lugar de dirigirse a la oficina, se encaminó al hospital.
Al llegar, se aproximó a la estación de enfermería, tratando de ocultar su ansiedad.
—Buenos días —saludó a la enfermera de turno—. ¿Puedo ver a Valeria?
La enfermera, que ya lo reconocía por sus frecuentes llamadas, asintió.
—Por supuesto, señor. Habitación 300. Pase.
Alexander tragó saliva. Era la primera vez que entraba en esa habitación, la primera vez que la vería tan de cerca, tan vulnerable. Al abrir la puerta, la imagen de Valeria acostada en la cama lo impactó. La máquina que la mantenía con vida emitía un suave zumbido, y los tubos que la rodeaban eran un recordatorio brutal de la fragilidad de la existencia. Algo dentro de él se encogió. Aunque