El hombre seguía allí, frente a ella, sin pronunciar la confesión, y Valeria se sentía morir por dentro. Su corazón latía con tanta fuerza que casi podía sentir el sonido en sus oídos. Era como si dentro de ella, hasta las mariposas se hubieran puesto de acuerdo para aletear con más vehemencia. Sentía un constante revoloteo en la boca del estómago, y tragaba saliva con dificultad, esperando a que hablara.
Alexander, todavía inseguro, permaneció en silencio durante unos segundos que parecieron una eternidad para Valeria. Finalmente, lo soltó todo.
—Valeria, lo que yo te quiero decir es que estoy enamorado de ti. Lo descubrí, no sé en qué momento sucedió, pero ahora quiero ser sincero contigo porque te amo. Eso es lo que quiero que sepas —terminó, dejándola completamente estupefacta.
Una declaración de amor. De parte de Alexander, el hombre que había sido frío, distante y a menudo cruel con ella. La confesión no solo la había dejado sin palabras, sino que acabó dejándole el cuerpo atra