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Valeria se sentía tan nerviosa que decidió esperar a que Alexander se durmiera. Por eso, prefirió quedarse en la cocina durante un largo rato, incluso se puso a dar vueltas por el salón, como si fuera algo interesante por hacer; en realidad, solo quería matar el tiempo. En ese instante, se sobresaltó cuando Doris hizo acto de presencia, aún en silencio.

—¿Por qué sigues aquí, Valeria? —cuestionó Doris, su voz era suave, no carecía de firmeza.

Valeria se giró, todavía con la mano en el pecho, asustada.

—¡Me has dado un susto, Doris! —susurró.

Doris sonrió, apenada.

—Lo siento mucho, Valeria, no te quería asustar. Pero me sorprende que sigas aquí. Ya se está haciendo más tarde, deberías ir a descansar —le aconsejó.

Valeria negó con la cabeza, sin decir nada. Doris, intrigada, la miró fijamente, como si estuviera leyendo sus pensamientos y concluyendo que algo la estaba perturbando profundamente.

—¿Te sucede algo, Valeria? —insistió.

Valeria hizo como si no la escuchaba y puso la mirada
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