Cruzo la calle y entro en la tienda del frente. Allí me recibe un universo distinto, como si hubiese pasado de la sombra a la luz. Encuentro un vestido aún más hermoso, acompañado de zapatos, un delicado cinturón para realzar mi cintura y accesorios que parecen hechos a la medida de mi deseo.
Una señora se acerca con gesto amable y me ofrece una copa de vino, tal como acostumbran las casas de lujo.
—¿En qué puedo ayudarle? —pregunta con una dulzura que contrasta con la hostilidad que acabo de sufrir.
—Quisiera probarme el vestido del aparador —digo señalando la prenda que me ha cautivado—. También el conjunto de zapatos y los accesorios que lo acompañan.
—Enseguida lo prepararé… —me mira con atención y añade con suavidad—. ¿Podría darme su nombre?
—Eva. Eva Davies —respondo con una sonrisa que nace del alma—. Y gracias.
Ella me observa, sorprendida.
—¿Por qué me da las gracias?
—Por su amabilidad y gentileza —contesto con franqueza, sin perder la sonrisa.
Un leve rubor tiñe sus mejill