—Sigo sin entender.
—Supongo que veías cómo en mi casa todos me odiaban. —sus ojos brillan, pero no me mira—. Y siempre estabas ahí, defendiéndome, jurando que te casarías conmigo cuando creciéramos, que me sacarías de ese infierno, que me consentirías y me mimarías.
—Eva… no lo recuerdo.
—Me sacaste de un sufrimiento… para meterme en otro. —su risa se quiebra y por primera vez veo lágrimas resbalar por sus mejillas—. Lamento no poder refrescarte la memoria. Puedes tomar mis palabras como ciertas… o como una farsa.
Eva aparca el auto y me doy cuenta de que estamos frente a la entrada de la casa de mis padres. Mi madre sale en cuanto nos ve. Trata de saludar a Eva, pero ella esquiva su gesto sin dudarlo.
—Adán, cariño, ¿qué tienes? —pregunta mi madre alarmada al ver mi rostro.
—Nada, estoy bien.
—No, no lo está. —interviene Eva con firmeza—. Lleva media hora con un sangrado de nariz, llame al médico.
Me ayuda a caminar hasta llegar a una habitación del segundo piso, una que nunca conoc