La sensualidad que brota de ella es distinta, más madura, más consciente. No sé de dónde ha nacido o desde cuándo la cultiva, pero cumple su cometido con maestría. Me hechiza, me embriaga, me enloquece y me arrastra tras de sí sin remedio. No puedo apartar la mirada de sus ojos, esos ojos que son un conjuro, un embrujo del que jamás quiero escapar.
—Te amo. —declaro con voz firme.
Es lo único que logra escapar de mis labios en medio de la tormenta de emociones que me arrasa. Eva se sienta sobre el escritorio con naturalidad, como si ese mueble fuese un altar dispuesto para ella, y yo me acerco hasta quedar justo entre sus piernas. Mis manos rozan sus muslos y siento cómo su piel se estremece bajo mis caricias, cómo cada poro de su cuerpo responde a mi contacto.
La tela fina de su vestido apenas representa un límite. Una de mis manos se aventura bajo sus pliegues, encontrando el calor que emana de ella.
—Nikolaus… —su voz tiembla, sus labios también. Busca los míos con hambre, con nece