Y con esa frase se despide. Yo lo sigo hasta la puerta, sin volverme a mirar a Adán. Queda allí, solo, mirando una pared blanca, atrapado en sus propios pensamientos. Pero eso… eso ya no es asunto mío.
Regreso a la sala. Marie está allí, junto a Scott y Nikolaus. En cuanto me ve, el semblante del alemán se suaviza, y yo sonrío. Desde que llegó, no lo había visto así; había sido pura tensión, pura fiera contenida. Ahora, en cambio, parece al fin respirar.
—Mi niña… —dice Marie en voz baja, acercándose—. He visto a Victoria dos veces intentando entrar a tu habitación en el segundo piso.
—Déjala, Marie —respondo con calma—. La puerta está cerrada.
La miro de reojo y, por primera vez en mucho tiempo, siento que todo está bajo control.
—¿No te han enseñado a no buscar lo que no se te ha perdido? —pregunto, mirándola con el más absoluto desprecio.
Victoria se gira hacia mí con esa sonrisa altiva que tanto conozco, esa que usa cuando cree tener ventaja sobre mí. Ni siquiera parece notar que A