Negada a negociar con su maldad.
Frente a su padre, a ese hombre al que ella llevaba un mes entero sin prestarle ni la más mínima atención e ignorándolo en cada pasillo o ascensor, Aitana respiraba como toro bravo, con el pecho subiendole y bajando en embestidas cortas y rabiosas.
El aire parecía espesarse entre ellos. Mientras tanto, Alan permanecía inamovible, sentado en su escritorio como si fuera parte de él, con la mirada clavada en un documento que fingía leer. Esa indiferencia la descuartizaba por dentro.
Aitana se mordió la mejilla interna con tanta fuerza que sintió el sabor metálico de la sangre. Odiaba estar allí… odiaba tener que pararse frente a él como si fuera una niña buscando aprobación. Pero se trataba de Anny. Por Anny tragaba orgullo, rabia y hasta su propio nombre si era necesario.
Avanzó con pasos duros y colocó ambas palmas sobre el escritorio con un golpe seco que, por fin, obligó a Alan a alzar la vista.
—¿Por qué? —preguntó entre dientes, con la mandíbula tan tensa que parecía a punto de qu