A la mañana siguiente.Con un dolor desgarrador en la entrepierna, y sintiendo que cada hueso de su cuerpo había sido triturado por dentro, Aitana abrió los ojos de golpe. El aire le ardía en los pulmones. Se incorporó con dificultad, y lo primero que vio fue la espalda ancha de su enemigo y su cabello negro, tan liso, hidratado y sedoso, que le caía sobre la nuca con una elegancia irritante. Su piel, endemoniadamente suave para ser de un hombre, parecía provocarla incluso sin tocarla. Aunque lo odiaba con todo su ser, era imposible no reconocer que ese hombre estaba *a pedir de boca*. Cejas negras y tupidas, perfectamente delineadas; pestañas largas que sombreaban una mirada feroz, de esas que hacían temblar hasta al orgullo más firme. Sus ojos color miel, cálidos y crueles al mismo tiempo, tenían el poder de desnudarla sin tocarla. Sus labios —demasiado rosados, demasiado húmedos— parecían hechos para el pecado. Sus dedos largos, sus uñas cuidadas, su piel sin exceso de vello… to
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