Sin espacio para huir.
Sentado en el silencio espeso de su despacho, Jax no lograba apartar de su mente la pregunta que le había hecho su madre. Le martillaba la cabeza, insistente, corrosiva. El simple hecho de dudar —de preguntarse si Aitana representaba algo más que un instrumento de venganza— lo aterraba.
—No… no la amo —se dijo en voz baja, casi como un rezo desesperado—. Ella es la mujer que lastimó a mi hermana. Debo odiarla con toda mi alma.
Pero su propio cuerpo lo traicionaba. Nada en él obedecía esas palabras. Dios, cuánto la deseaba. El impulso era infernal, primitivo: tomarla, doblegarla, recorrer con las manos cada una de sus curvas.
Sin darse cuenta, se mordió el labio inferior con fuerza. Cuando fue consciente de esa necesidad brutal, golpeó el escritorio con rabia.
—Nunca la querré —escupió—. Puedo follarla para humillarla… pero nada más.
Al mismo tiempo, Aitana, con Jaden en brazos, decidió por fin dirigirse a la habitación para descansar. El cansancio la tenía vencida.
El pequeño se aferr